El imperativo ético del nuevo milenio es la solidaridad.
“La esperanza es un deber”, decía Borges y ese deber, en esta fase crucial de nuestra historia, donde nuestras decisiones y comportamientos de cada día inciden en el destino de todos, lo asumimos cuando reivindicamos los valores de la dignidad del ser humano y de todo ser vivo en el planeta.
Somos esperanza y asumimos nuestro deber cuando nos comprometemos con las leyes inspiradas en la equidad y la justicia. Cuando respetamos al otro, su forma diversa de pensar y de ser. Cuando respetamos su color diferente, su idioma, su raza, sus opciones sexuales, su religión, sus usos sociales y costumbres. Cuando deliberamos y decidimos juntos lo mejor para todos. Cuando respetamos las reglas mínimas que permiten la convivencia.
Es la directriz esencial de un buen pacto social.